Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

domingo, 30 de octubre de 2011

Roxanne

Caminabas por las calles de Buenos Aires, contoneándote sobre aquellos altos tacones de aguja. Tu cintura era casi tan fina como tus muñecas. Tu cuello, largo y frágil como el de un cisne; tus manos, delicadas como tus tobillos.
Te seguí desde la tienda de la que te vi salir y espié tus movimientos tras los cristales de mis gafas. Al final te diste cuenta de que estaba ahí y te diste la vuelta, agarrando firmemente la bolsa que tenías en la mano y poniendo los brazos en jarras.
—¿Quién eres?
Apoyaste el peso de tu bonito cuerpo sobre una pierna y frunciste los labios. Aquellos gruesos labios llenos de carmín, que incitaban a rozarlos con la lengua.
—¿Y tú?
Pareciste sorprendida por mi pregunta y cruzaste los brazos, como intentando ocultar tu figura de mí.
—Déjame en paz —dijiste, te diste la vuelta y seguiste caminando.
Comencé yo también a caminar hasta que conseguí que me hablaras de nuevo.
—Dime qué quieres y déjame marchar —susurraste.
—No quiero nada —contesté yo.
Todavía atardecía. La luna no había hecho acto de presencia y el sol empezaba a ocultarse tras un amasijo de nubes coloreadas de naranja, rosa, amarillo y azul.
—Entonces déjame marchar —repetiste—. Tengo que vestirme —cambiaste la bolsa de mano y seguiste caminando.
—Roxanne.
Yo no me había movido de mi sitio. Te detuviste para escucharme, con curiosidad por saber de dónde había sacado tu nombre. Te retiraste el cabello del rostro con un movimiento elegante y me entraron ganas de bailar un tango contigo.
—Roxanne, no te pongas ese vestido esta noche.

jueves, 27 de octubre de 2011

Rutina


Hoy ha muerto. Ella, la rutina. Yo solía levantarme temprano para hacer mis tareas y acabarlas lo antes posible. Después me pasaba un rato largo frente al armario de la cocina, decidiendo si era mejor opción un poco de chocolate o una mandarina (y siempre me decantaba por el chocolate). Entonces pasaba horas muertas frente a la televisión y me sumía en mi propia mierda.
Pero hoy ha sido distinto. Han llamado al timbre durante el atardecer y he abierto de mal humor todavía con un trozo de chocolate en la boca. Y al abrir la puerta me he encontrado contigo. Parecías, como poco, un ángel; y no es que yo no sea imparcial a la hora de juzgarte, es que cualquiera se hubiera derretido bajo esa mirada que se te clava hasta el fondo, hasta las costillas. Y el sol bajo potenciaba tu aura dorada, envolviéndote en una luz que no hizo sino marearme.
Y con la llegada del anochecer y contigo entre mis brazos y me di cuenta de que ya no habría más rutina.